Wednesday, September 14, 2011

Guatemala: Demographic “Boom” o Demographic “Doom”

Análisis & Opinión

Julio Héctor Estrada

Julio Héctor Estrada es licenciado en Economía de la Universidad Francisco Marroquín (Guatemala), posee un MBA de INSEAD (Francia), y una Maestría Ejecutiva en Liderazgo en un programa conjunto WEF–London Business School y Columbia University. Actualmente se desempeña en la gerencia de la desarrolladora de vivienda Desarrollos Palo Blanco y como coordinador técnico de la plataforma Guatemaltecos Mejoremos Guatemala. Desde marzo 2008 y hasta septiembre 2011 fungió como director ejecutivo del Programa Nacional Competitividad de Guatemala.

En la mayoría de países latinoamericanos se oye con frecuencia, de la bendición de contar con una población “joven”. Se habla de un “Demographic Boom”, que en breve consiste en un período de rápido crecimiento, potenciado por el ingreso de un alto número de personas a la fuerza laboral, con pocos dependientes (ancianos o hijos menores de edad), y por lo tanto, alta capacidad de ahorro e inversión. El tema es que la estructura demográfica es de alto potencial, pero también de alto riesgo.

Guatemala es un buen ejemplo de cómo esta situación es particularmente compleja. Como se puede ver en el gráfico adjunto, Guatemala tiene comparado con países en fases de desarrollo similares, de alguna forma, (debajo de US$7.000 per cápita nominal), la pirámide poblacional más ancha en la base, por mucho. Le sigue El Salvador, que parece haber logrado un cambio importante hace una década, pues ya la generación de menores de diez años es menos numerosa que la de 10-20 años.

Luego está Perú que parece haberlo hecho más gradualmente, pero una década antes que El Salvador. Le sigue Costa Rica, que ya no tiene pirámide, sino una figura con forma de rombo: pocos niños y pocos ancianos, bastante parecida a la de China, de quien se habla mucho que goza de un “boom demográfico”.

En Guatemala tan solo 43,5% de la población está en edad de trabajar (definido en términos “modernos” por el autor como mayor de 20 años y menor de 65), mientras que en Costa Rica es más de 60%.

¿Qué significa todo esto para el futuro de Guatemala? En base a lo visto de 1998-2010, se puede estimar que otros 2,7 millones de guatemaltecos y guatemaltecas entrarán a la fuerza laboral al año 2022. Se enfrenta un déficit de ¡2 millones! de empleos en doce años.

En qué forma se vuelve compleja la situación de Guatemala: la más clara es el gigantesco reto de crear oportunidades para tanta gente que entra la fuerza laboral. Como se describe un poco más abajo, en ese sentido el país ha fracasado. Pero también hay otro temas que plantean interrogantes no resueltas, como cuál es la carga fiscal que soporta un país con tanta gente jovén.

En Guatemala, hay más niños en escuelas públicas que personas empleadas. Por un lado, uno podría pensar que debieran ser menos, por haber menos contribuyentes con más dependientes, pero también se podría decir que debieran ser más para lograr un salto en capital humano en una generación (y además una reducción de la natalidad que viene con la eduación de las mujeres).

Regresando al gran fracaso del empleo, cifras: en 1998, había 4 millones de guatemaltecos trabajando, 60% de ellos en subempleo, con 3% de desempleo abierto. La última encuesta de empleo al 2010 muestra que entre el año 1998 y 2010, 2,5 millones de guatemaltecos entraron a la fuerza laboral. De éstos, solamente 500 mil encontraron empleo, 1.5 millones pasaron al subempleo, y 1 millón emigró a los Estados Unidos.

Los datos también confirman que la válvula de escape, EE.UU., se está cerrando. El número de migrantes creció a un ritmo de 10% anual de 1998 a 2008, pero solo a 2% anual de 2008 a 2010. La válvula se cierra por una mezcla de rigurosidad en controles migratorios, Zetas secuestradores y ante todo, un EE.UU. en crisis económica prolongada. Ninguna de estas tendencias se avizora que cambie en el corto o mediano plazo.

¿Qué significa todo esto para el futuro de Guatemala? En base a lo visto de 1998-2010, se puede estimar que otros 2,7 millones de guatemaltecos y guatemaltecas entrarán a la fuerza laboral al año 2022. Se enfrenta un déficit de ¡2 millones! de empleos en doce años. Sin un cambio de rumbo, el crecimiento de la conflictividad social, violencia e ingobernabilidad que se ha visto en los últimos años no es nada comparado con lo que viene. En este caso, el país afrontaría un “demographic doom” (una condena demográfica).

El gobierno que se elegirá en segunda vuelta en Guatemala enfrenta este gran reto como telón de fondo. Es una de esas cosas que cada año cierran más el margen de maniobra. Lo más importante es que lo entienda, y que priorice con esta dinámica en mente y lo sepa comunicar y vender al momento de reubicar prioridades. El gran reto del país son esos 2 millones de empleos; si se logran, el resto de cosas caerán por su propio peso y el país podra disfrutar del “boom demográfico” y figurar en los artículos de economistas y periodistas en la próxima década.

667

668

Pinche asalariado

Análisis & Opinión

Luis Rubio

Presidente del Centro de Investigación para el Desarrollo (Cidac), una institución independiente dedicada a la investigación en temas de economía y política, en México. Fue miembro del Consejo de The Mexico Equity and Income Fund y del The Central European Value Fund, Inc., de la Comisión de Derechos Humanos del Distrito Federal y de la Comisión Trilateral. Escribe una columna semanal en Reforma y es frecuente editorialista en The Washington Post, The Wall Street Journal y The Los Angeles Times. En 1993, recibió el Premio Dag Hammarksjold, y en 1998 el Premio Nacional de Periodismo.

La película Sarafina, protagonizada por Whoopi Goldberg, tiene lugar en la Sudáfrica del apartheid. Whoopi personifica a una maestra que trata de infundirle un sentido de dignidad y un espíritu de libertad a unos niños que padecen un régimen de discriminación impenetrable. Aunque se trataba de un lugar remoto y distante, radicalmente distinto al nuestro en historia y características, salí del cine profundamente contrariado: recuerdo haber pensado que si en México hubiera colores como en aquella nación africana, tendríamos que reconocer que nuestra realidad no es muy distinta.

En México el problema principal quizá no sea de discriminación racial o racismo flagrante, pero sí lo es de clasismo. Nada lo ejemplifica mejor que el altercado reciente que se pudo observar a través de YouTube (las ladies de Polanco) cuando una señora le gritaba a un policía "pinche asalariado de mierda". Además del insulto a la personificación (al menos en teoría) de la autoridad, los términos empleados y el tono de los mismos revela toda una manera de entender al mundo.

El episodio resume, de manera más que nítida, varios de los problemas que nos impiden prosperar: el desprecio a la autoridad, la impunidad, el clasismo en nuestra sociedad y la inexistencia de un sistema policiaco que sea relevante, idóneo a nuestra realidad y circunstancia.

Sin duda, uno de nuestros grandes males es el del clasismo. Aquí van dos ejemplos que lo ilustran con claridad. La industria hotelera y restaurantera estadounidense emplea a cientos de miles, si no es que millones, de migrantes mexicanos. Cualquiera que haya observado la relación entre los mexicanos y sus pares o jefes estadounidenses podría atestiguar que la comunicación es respetuosa y en los mismos términos que ocurre entre los propios americanos. Lo interesante es cómo cambia eso cuando llega un mexicano como cliente del establecimiento: lo más común es que el mexicano le hable en español y de tú, esperando que el empleado mexicano le responda de usted. Es decir, aunque allá la comunicación es de iguales, cuando viajamos llevamos con nosotros nuestra estructura cultural y clasista y de inmediato la reproducimos en otro contexto.

La inseguridad pública y la violencia nos contraponen directamente frente a la desigualdad: si no estamos dispuestos a reconocer la autoridad de un policía o un soldado y si éste se asume como inferior por razones culturales y sociales ancestrales, ¿quién va a mantener la paz social?

Un caso más cómico, pero igual de revelador, lo observé en una ocasión en una playa fuera del país. Un prominente empresario mexicano disfrutaba del sol en un camastro cuando, súbitamente, comenzó una severa tormenta eléctrica. Veloz, el policía que cuidaba el lugar conminó a todos los que ahí nadaban o se asoleaban a meterse al edificio contiguo de inmediato. Todos los estadounidenses corrieron sin chistar. Los mexicanos lo tomaron con calma pero eventualmente hicieron lo propio. Pero el empresario se rehusó. El policía se acercó y, de buen modo, le pidió que se moviera. Ofendido, el empresario le respondió en un inglés de Harvard: "me boss, you cat". Desde luego, afortunadamente para el empresario, el policía no entendió absolutamente nada. Sin embargo, lo tomó del brazo y, sin más, lo obligó a moverse. No había duda de la personificación de la autoridad. Tampoco había duda de la naturaleza de la expresión del empresario: no eran de la misma clase.

El desprecio a la autoridad es tan viejo como la era de la conquista. El viejo "acato, pero no cumplo", resume nuestro legado, aunque, desde luego, nada tiene que ver con la realidad de un sistema policiaco absolutamente del primer mundo en España. Raymundo Riva Palacio lo dice con toda propiedad: "a los policías los despreciamos. Ya no nos dan miedo, los retamos. Cuando no, los corrompemos. Son la parte más débil de las instituciones, el eslabón más frágil de la sociedad, donde su descrédito es tan grande…". Y la combinación no podría ser peor: policías incompetentes, sin formación alguna; una sociedad que los desprecia y que no reconoce autoridad alguna y, por encima de todo, un virtual sistema de castas en el que un policía jamás podría ser aceptable porque es de una clase inferior. Con esos bueyes habrá que arar…

El viejo sistema funcionaba porque la estructura de control vertical mantenía en estancos separados a los policías y a la sociedad, a la vez que administraba la criminalidad con un criterio patrimonialista donde el único objetivo relevante consistía en preservar a la mafia revolucionaria en el poder. Ese sistema se murió (hecho que ocurrió, poco a poco, antes de la alternancia) porque creció la sociedad, se volvió cada vez más compleja y diversa, al punto en que resultó imposible, insostenible, el control central. La apertura, que emblemáticamente ocurrió con la derrota del PRI en la presidencia, resolvió, al menos parcialmente, el tema de la legitimidad electoral, pero dejó incólumes otros de carácter institucional que nos siguen persiguiendo. En el tema del clasismo en nuestra sociedad, la apertura abrió una caja de Pandora.

La paradoja es que, como ilustran las ladies gritonas, los de las clases superiores exigen que la autoridad cumpla su cometido (presumiblemente mantenga la paz social, impida la existencia de criminales y proteja a la ciudadanía), pero desprecia a quienes son responsables de hacerla valer: los policías de la esquina (y verían como degradante que sus hijos lo fueran). A diferencia de las sociedades desarrolladas, en que evidentemente también hay desigualdad económica, en México ésta se manifiesta en la forma de desigualdad social. El viejo sistema ocultaba, o mantenía en contención, al clasismo de nuestra sociedad. Ahora se ha vuelto incontenible.

La inseguridad pública y la violencia nos contraponen directamente frente a la desigualdad: si no estamos dispuestos a reconocer la autoridad de un policía o un soldado y si éste se asume como inferior por razones culturales y sociales ancestrales, ¿quién va a mantener la paz social? Puesto en otros términos: ¿por qué habría de proteger a la ciudadanía un policía que se sabe despreciado por ésta? Al menos como hipótesis, se podría pensar que muchos de los sicarios que se han sumado a las fuerzas del crimen organizado lo hacen porque eso los libera de una estructura social ingrata que los mantiene sometidos. Es fácil imaginar a un narco pavoneándose de que él también es un magnate, como los del sector financiero.

La realidad nos alcanzó una vez más: así como hemos sido incapaces de transformar a la economía y construir un sistema político moderno y estable, seguimos viviendo con el fardo de la desigualdad social y el clasismo que nos ancla en un mundo que no da para más. Matthew Arnold, un poeta inglés del siglo XIX, decía que "un sistema fincado en la desigualdad va contra la naturaleza y, en el largo plazo, acaba colapsado". Ahí estamos nosotros.

No comments:

Post a Comment