Thursday, September 15, 2011

Cuarto día de ganancias en Wall Street: el Dow Jones sube un 1,66%, hasta 11.433,18

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Índices: Ibex, Dax, S&P… Los principales índices mundiales, sin comisiones, intereses ni puntos swap. Opera alcista y bajista, con bajas garantías y la opinión diaria de los expertos.



La bolsa de Nueva York ha cerrado con ganancias por cuarto día consecutivo después de la accion coordinada de cinco bancos centrales para inyectar liquidez en dólares en el sistema financiero europeo. De este modo, el Dow Jones ha subido el 1,66%, hasta los 11.433,18 puntos, mientras que el selectivo S&P 500 ha avanzado el 1,72%. Por su parte, el tecnológico Nasdaq ha ganado el 1,34%

El IPC y el desempleo de EEUU aumentan más de lo previsto

Suben los precios y aumenta el paro, y en ambos casos más de lo esperado, ese es el escenario al que se enfrenta hoy la mayor economía del mundo. Los precios subieron un 0,4%, el doble de lo previsto, mientras que el paro semanal se incrementó hasta las 428.000 solicitudes, desde las 410.000 esperadas.

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Los precios repuntaron el doble de lo esperado en el mes de agosto, al pasar de un incremento del 0,2%, hasta el 0,4%. En tasa interanual, el aumento de los precios fue del 3,8%, según los datos oficiales publicados por el Gobierno estadounidense.

La inflación subyacente, es decir, la que elimina el efecto de los precios de la comida y la energía, por considerarse volátiles, registró un aumentó del 0,2%, el mismo del mes anterior, con lo que acumula una subida del 2% en los 12 últimos meses, que sitúa al índice en su nivel más alto desde noviembre de 2008. Este dato estuvo en línea con las previsiones.

Más paro semanal
El mercado laboral de la mayor economía del mundo continúa sin arrojar muchas luces. Durante la última semana aumentaron las peticiones iniciales de subsidio por desempleo y lo hicieron hasta el nivel más alto de los dos últimos meses, según ha publicado el Departamento de Trabajo.

Las dificultades de los americanos para encontrar un trabajo se hicieron patentes en el aumento hasta las 428.000 solicitudes de subsidio, desde las 417.000 de la semana previa y por encima de las 410.000 que esperaba el mercado.

Se reduce el déficit por cuenta corriente
Además, el déficit por cuenta corriente mermó hasta los 118.000 millones de dólares en el segundo trimestre, hasta el 3,1% según ha publicado el Departamento de Comercio de Estados Unidos.

El mercado esperaba un aumento hasta los 222.000 millones, desde los 119.600 millones que alcanzó en el primer trimestre, tras revisar este último dato alza.

La mejora de este indicador se debió a un aumento de los ingresos procedentes de los activos de los americanos en el extranjero, así como a una mejora en los servicios.

La actividad industrial en Filadelfia y en Nueva York, otro mes en negativo
Desde las regiones industriales de Filadelfia y Nueva York tampoco han llegado noticias optimistas. El ISM de Filadelfia, que analiza la zona norte de la costa este de Estados Unidos se situó en septiembre en los -17,5 puntos en septiembre, tras los -30,7 puntos de agosto.

La mejora ha sido más modesta de lo esperado por los economistas, que puntaban a un dato de -15,0 puntos en septiembre. En cualquier caso, el indicador permanece por debajo de los 0 puntos, nivel que separa el crecimiento de la contracción.

El sondeo, que cubre el este de Pensilvania, el sur de Nueva Jersey y Delaware, es uno de los primeros indicadores en conocerse mensualmente sobre el estado del sector manufacturero estadounidense.

La moneda del Dr. Frankenstein

Pedro Schwartz 1

En el libro que recientemente he publicado para explicar economía a Zapatero y sus sucesores… en dos tardes, relato la historia del euro de otra manera de lo que se suele. Escuchemos el cuento.

En la villa Diodati a las orillas del lago Lemán, Mary Godwin Shelley escuchaba en silencio una conversación entre su marido, el sensible y refinado poeta Percy B. Shelley, y el amigo de los dos, lord Byron. Corría el año de 1816.

Shelley había sido testigo en Londres de ciertos experimentos de galvanismo, en los que el entonces famoso Dr. Galvani imprimía movimientos espasmódicos a ranas muertas con descargas de electricidad. Luego estuvieron los tres contando historias góticas de fantasmas, sentados alrededor de la chimenea en una lluviosa tarde de otoño.

Aquellos experimentos de “vida” artificial sirvieron de inspiración a Mary Shelley para su relato: la conversación sobre ranas galvanizadas le había hecho soñar esa noche con una criatura monstruosa, de movimientos artificiales y descompuestos.

El cuento gustó mucho a sus contertulios. Sólo ella cumplió el compromiso de escribirlo. Dos años más tarde y animada por su marido, lo publicó con el título de Frankenstein, o el Prometeo moderno. Se convirtió en un inmediato éxito editorial y uno de los clásicos perennes de la literatura de ciencia-ficción.

La prosa económica no puede ni debe aspirar al nivel de dramatismo de un relato de horror escrito en el momento de eclosión del mejor romanticismo. Cierto es que la economía ha sido acusada (falsamente) de ser lúgubre, pero en todo caso lo sería de manera más sobria y exangüe que el relato de los experimentos del Dr. Frankenstein. Sin embargo hay algo en la descripción por Mary Shelley de los esfuerzos del imprudente reconstructor de cadáveres de orillas del lago Lemán que me recuerda la creación del euro.

El proyecto de ensamblar en el laboratorio una institución social tan compleja como es una nueva moneda, con la esperanza de que funcione sin tropiezos ni sorpresas, despide vapores de azufre y chispas galvánicas.

Parecía que todo le iba bien a esta nueva moneda artificial, hasta que la reciente crisis financiera la ha hecho tambalearse. ¿Por qué ha fallado el euro tan gravemente en la crisis de 2007 a 2011? ¿Qué valen las propuestas para reparar el euro, especialmente las que piden un salvamento incondicional de las finanzas griegas o la creación de eurobonos o más unidad política y fiscal en la Unión Europea?

Todos sabemos la respuesta a la primera pregunta. El euro se creó como instrumento para conseguir un fin político: una moneda sólida para ahondar la unidad de los europeos. El euro sería una divisa en la que el mundo podría confiar, porque un banco central sostendría su valor evitando que su poder de compra se erosionara con la inflación.

Esa moneda única facilitaría las transacciones de los europeos y les haría más prósperos. Además, los ahorradores del mundo entero estarían dispuestos a comprar deuda de los Estados-miembro y prestar capital a las empresas y familias de Europa con un interés más bajo, lo que contribuiría a su crecimiento.

La condición era que no abusaran del crédito, porque es sabido que la deuda excesiva de los Estados al final se convierte en emisiones inflacionistas de dinero y más dinero. Así el euro se convertiría en bandera y símbolo de la creciente unidad de los pueblos del Continente. En castizo, esto se llama jugar con las cosas de comer.

¿Qué pasó? Pues que abusamos por razones que no hace falta recordar. Como el pago de los intereses y del principal de una deuda depende de que el deudor prospere, la crisis hizo tambalearse la confianza de los ahorradores a quienes seguíamos y seguimos pidiendo dinero. Las cuestiones son, pues, dos: cómo devolver lo debido y cómo conseguir que sigan financiándonos.

Los bonos en circulación de algunos Estados del “Club Méditérannée” tendrían un valor real muy bajo si su precio “se marcase a mercado”. Ello haría tambalearse muchos bancos que los tienen en cartera. Todas las propuestas que corren consisten en mantener un mínimo de liquidez para esta deuda vieja, de tal forma que esos bonos no cayeran a un precio ínfimo.

Por ejemplo, sería posible declarar perpetua la deuda griega y permitir a los helenos que sólo pagaran intereses y no devolvieran el capital. También se podría canjear una parte de esa deuda tronada por deuda garantizada por toda la Unión Europea (en realidad por Alemania) –esos “eurobonos” que no se le caen de la boca a Felipe González, viejo trilero, dicho con cariño–.

O habría que emitir unos “bonos Brady” garantizados por el FMI, por un valor muy recortado de la deuda vieja pero que los tenedores de ésta pudiesen negociar con facilidad, como se hizo con Argentina, Uruguay y Rusia. Todas son “quitas y esperas”, que dan un respiro a los deudores para que el peso de su deuda no les impida volver a crecer, pero todas son quiebras con otro nombre.

Por ahí se podría pasar si los países en dificultades no tuvieran necesidad de más fondos y si las reformas que se les piden los transformaran en economías productivas. Por eso se nos ha pedido a los españoles una reforma constitucional para evitar futuros déficits. Por eso se nos pide a todos los del Club M que reformemos los mercados laborales, recortemos el Estado de Bienestar, vendamos empresas públicas, consolidemos administraciones locales. Todo está en que no volvamos a las andadas. A esto Felipe González, viejo trilero, dicho con cariño, llama fundamentalismo ideológico.

Las armas de distracción masiva de la Reserva Federal

David Reilly 0

La Reserva Federal se está planteando de nuevo cómo estimular la economía, pero una opción que está considerando no tiene mucho sentido: dejar de pagar intereses por los aproximadamente 1,6 billones de dólares (1,17 billones de euros) de excedentes de reservas que los bancos tienen depositados en ella.

La idea es que si los bancos dejan de recibir el interés actual del 0,25% por las reservas, concederán más créditos. Después de todo, la alternativa consiste en conseguir una rentabilidad aún menor con valores como bonos del tesoro a corto plazo.

Pero el problema de esta idea y el de todas las opciones no convencionales que está considerando la Reserva Federal es que nada es tan fácil ni tan sencillo como parece. Dejar de pagar intereses por el excedente de reservas en realidad podría trastocar los mercados.

La Reserva Federal empezó a pagar intereses por el excedente de reservas –la cantidad de dinero en reservas de capital de los bancos superior a la que deben tener en función del dinero depositado en sus cuentas bancarias— durante la crisis financiera con el fin de compensar la expansión de su propio balance.

El objetivo era desalentar la creación excesiva de créditos e impedir que se produjera una espiral inflacionista. También permitía tener una mayor flexibilidad. Como señaló el presidente de la Reserva Federal de Nueva York, William Dudley, en un discurso pronunciado en julio de 2009, la Reserva Federal podría subir el tipo de interés para evitar la inflación, pero también podría bajarlo “si la demanda de créditos es insuficiente para que la economía genere el pleno empleo".

Pero, hoy en día, el tema es más complicado debido a la debilidad de la economía y a que los tipos de interés son muy bajos. En primer lugar, esta medida probablemente no beneficiaría mucho a la economía. Es improbable que los bancos empiecen de repente a conceder créditos simplemente porque dejen de recibir un interés mísero del 0,25% por sus excesos de reservas. Ya los estarían concediendo si hubiera una mayor demanda de créditos.

Además, una gran parte del excedente de reservas es de bancos extranjeros. Y si los tipos de interés de la Reserva Federal fuesen de cero, los bancos podrían acabar transfiriendo el excedente de reservas a otros valores como bonos del Tesoro a corto plazo o recomprando o reponiendo instrumentos, aunque los intereses que ofrecieran fuesen muy bajos.

Esta situación podría provocar que las rentabilidades bajaran todavía más, aumentando así el riesgo de que cayeran en territorio negativo si hubiera más brotes de estrés extremo en los mercados. A su vez, esto podría trastocar a los fondos que operan en los mercados monetarios y dejarles con la elección de subvencionar a los depositantes o correr el riesgo de que el valor neto de sus activos cayera por debajo de 1 dólar, lo que se conoce como la ruptura del dólar, según ha señalado Joseph Abate de Barclays Capital en un informe reciente.

Otras opciones que está barajando la Reserva Federal también podrían desestabilizar a los mercados en lugar de tranquilizarlos. La principal es un cambio en su cartera de valores del Tesoro consistente en incrementar el porcentaje de deuda estatal a largo plazo.

El temor es que la Reserva Federal venda una gran cantidad de valores estatales a corto plazo antes de su vencimiento con el fin de obtener dinero para comprar deuda a largo plazo, ya que esta medida podría causar que las rentabilidades a corto plazo subieran, lo que haría que la deuda a corto plazo fuese un lugar más atractivo para los inversores. Pero si ocurriera esto, iría en contra del objetivo de la compra de la deuda a largo plazo, que es hacer que los inversores inviertan en valores de más riesgo.

Teniendo en cuenta el riesgo de las consecuencias no deseadas, la Reserva Federal tiene que estar segura de que cualquier medida que tome va a beneficiar realmente a la economía. No debería hacer algo simplemente porque se espera que haga algo.

Lea el artículo original publicado en The Wall Street Journal Europe Fed's Weapons of Mass Distraction

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