Thursday, September 15, 2011

Más Europa no es la solución

Lorenzo Bernaldo de Quirós

Con la inminente quiebra de Grecia, con las bolsas en caída libre y con la crisis de deuda soberana en pleno apogeo, el binomio incertidumbre-inestabilidad azota el Viejo Continente y la hipótesis de la ruptura del euro tiene una creciente virtualidad.

Las medidas consensuadas hasta el momento por las potencias europeas para afrontar la dramática situación económico-financiera europea son incapaces de estabilizar la escena. Las opciones que se sugieren para superar la crisis o bien son contraproducentes, la creación del eurobono, o son inviables, al menos, en el corto plazo, léase la creación de la unión política continental.

En este entorno, la única opción real es que los Estados miembros de la UEM sean co- herentes con las obligaciones derivadas de formar parte de una unión monetaria, aborden una radical disciplina presupuestaria, reformen sus Estados del Bienestar y flexibilicen sus mercados. Ni los eurobonos ni cualquier otra alternativa son sustitutos, ni siquiera imperfectos, de esa estrategia. Son sólo mecanismos de escape sin viabilidad.

Por lo que respecta a los eurobonos, la pregunta es sencilla: ¿estarán los Estados con finanzas públicas sólidas y políticas presupuestarias serias dispuestos a pagar más cara su financiación e incluso a aceptar el pago de la deuda de aquellos que no sean capaces de hacerlo? ¿La existencia de una garantía de pago europea no se convertirá en un mecanismo para que los Estados con estrategias fiscales laxas no las corrijan, porque el riesgo de impago se ha trasladado al conjunto de los Estados de la UEM? La respuesta obvia al primer interrogante es negativa y al segundo positiva.

La hipótesis de que ese peligro se conjura mediante la introducción a escala europea de severas reglas presupuestarias acompañadas de fuertes sanciones si se incumplen no resulta creíble. La experiencia reciente ha mostrado que los Estados de la UE son capaces de vulnerar esa restricción supranacional cuando no les conviene respetarla.

Incluso los Estados serios, Francia y Alemania, aguaron el Pacto de Estabilidad y Crecimiento en 2003 porque consideraban que era contrario a sus intereses. También se ha sacrificado la autonomía del BCE forzándolo a desplegar una actuación vedada por sus estatutos. Estos clásicos ejemplos de inconsistencia temporal, generar expectativas en una dirección para luego actuar en la contraria, han sido in- teriorizados por los mercados y en consecuencia no creen en la eficacia disciplinante de ese tipo de normas.

Ante los Estados Unidos de Europa

Ante estas objeciones, el paso sugerido por un buen número de analistas sería avanzar hacia la constitución de un verdadero Gobierno europeo que centralice la totalidad de la política económica continental. Es la idea recurrente según la cual la unión monetaria sin la unión política es inviable. En la práctica, ésto equivale a plantear la creación de los Estados Unidos de Europa. Con independencia de su deseabilidad o no, ese mito referencial es una utopía.

Guste o no, un Estado de dimensión continental exige la existencia de un sentimiento de ciudadanía europea, y éso no se crea por decreto. Si los lazos de solidaridad interterritorial se han debilitado en el seno de muchos Estados de la propia UE, no hay que ser muy imaginativo para pensar qué ocurre con los de solidaridad intereuropea. Hay alemanes, franceses, italianos, portugueses, ingleses y vascos, escoceses, corsos? pero no hay europeos en el significado efectivo de la palabra. Éste es el sustrato del denominado déficit democrático de las instituciones europeas.

Al mismo tiempo, el espíritu nacional e incluso nacionalista ha renacido en numerosos Estados de la UE, lo que resulta poco compatible con un proceso voluntario y pacífico de integración. Por mucho que desagrade, ésa es la realidad.

Exigencias económicas

Por otra parte, el avance hacia una especie de federación europea con plena soberanía económico-financiera exigiría: primero, una reforma de los Tratados de la Unión Europea, lo que implica un acuerdo unánime de sus 27 miembros, extremo improbable; segundo, la reforma de las constituciones de los Estados de la UE, lo que supondría en unos casos su aprobación por los parlamentos nacionales y, en otros, su posterior ratificación mediante re- feréndum. El éxito de esta operación no estaría ni mucho menos garantizado y, en cualquier caso, la dinámica de cambio constitucional sería lenta. Es evidente que este clima de incertidumbre no tranquilizaría a los mercados y, por tanto, no aportaría estabilidad. Además, nada garantiza que en una unión política exista una mayoría de Estados con una tendencia a la laxitud presupuestaria.

Por último, una pregunta básica es de qué Europa Unida se habla cuando se plantea ese objetivo. En este sentido, es básico recordar que la libertad, el dinamismo, la creatividad y la prosperidad de Europa se fraguaron en un contexto de pluralismo competitivo entre los diferentes centros de poder existentes en el Viejo Continente.

Por el contrario, la unidad de la China imperial provocó el estancamiento político y económico del Celeste Imperio. Así pues, la unificación o centralización de las políticas nacionales en el ámbito de la economía y de las finanzas no garantiza nada si se sustenta sobre un modelo institucional que penaliza la competitividad, la productividad y la asunción de riesgos. Éste es el problema de fondo de Europa, un continente cuyo dinamismo está sepultado bajo un sinfín de regulaciones e impuestos y cuyo espíritu emprendedor se ve anestesiado por un Estado del Bienestar insostenible que funciona como un verdadero opio del pueblo. El actual modelo socio-económico europeo es incompatible con el mantenimiento de una economía próspera, capaz de crear empleo en un mundo globalizado.

Cumplir en la unión monetaria

En este contexto, la salida de la crisis depende de las políticas desarrolladas por los Estados europeos. Es verdad que una variable exógena, qué sucederá con el euro, condiciona de manera fundamental el éxito o el fracaso de las medidas puestas en marcha por los países socios de la UEM, pero también lo es que la actual crisis de la eurozona es un efecto directo del incumplimiento de las reglas implícitas que hay que cumplir en una unión monetaria: un entorno de estabilidad presupuestaria y unos mercados flexibles para adaptarse a los shocks e impulsar la competitividad y el crecimiento.

Desde esta perspectiva, desde 2004, la actuación económica del Gobierno español ha violado esos dos principios básicos y, por eso, hemos soportado una recesión de caballo y nos hemos instalado en una fase de estancamiento con serias posibilidades de recaída en la pendiente recesiva.

Lorenzo Bernaldo de Quirós. Miembro del Consejo Editorial de elEconomista.

Sinfonía global de dólares: tres años después, los bancos aún precisan asistencia

Pedro Calvo

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Ben S. Bernanke, presidente de la Reserva Federal y Jean Claude Trichet, presidente del BCE. Foto: archivo.

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Los principales bancos centrales del mundo han refrendado hoy la alianza que sellaron a finales de 2007 de proveer liquidez al sistema bancario de forma coordinada. Los mercados lo celebran, pero constata que, justo tres años después de la quiebra de Lehman Brothers, el sistema financiero mundial aún requiere asistencia.

La Reserva Federal (Fed) de EEUU, el Banco Central Europeo (BCE), el Banco de Inglaterra, el Banco de Suiza y el Banco de Japón, reencarnados en algo así como el séptimo de caballería, han anunciado un movimiento coordinado para reforzar el acceso a financiación en dólares a los bancos. Lo harán mediante unos préstamos a tres meses con los que buscarán paliar los problemas que están encontrando las entidades para obtener financiación en la divisa norteamericana.

El destino, siempre caprichoso, ha querido que esta maniobra de dimensión global haya coincidido con el tercer aniversario de la quiebra de Lehman Brothers, el suceso que partió en dos la crisis y le confirió gravedad histórica. Más allá de ser una anécdota, esta referencia temporal posee mucha más enjundia: certifica que, tres años, después el sistema bancario continúa sin poder caminar solo. Necesita asistencia, porque las entidades no se fían las unas de las otras; porque los cauces habituales de financiación -los mercados interbancarios- continúan atascados; y porque, sin esa ayuda, otros Lehman podrían aflorar.

En esta tesitura, los bancos centrales han optado por el mal menor. Es decir, por intervenir para evitar males mayores, consistentes en que los problemas de liquidez -esta vez, en dólares- deriven en otros más graves. Y al hacerlo de forma coordinada, ese movimiento puede insuflar ánimos a los inversores, que podrían recuperar cierto apetito por el riesgo al ver que los señores del dinero siguen ahí, al acecho, dispuestos a actuar si la situación lo requiere.

Pero es poco consuelo. Ocurre como con las intervenciones del BCE en los mercados de deuda pública. Su actuación contiene las tensiones y sus compras ayudan a evitar algo peor, pero no son una buena noticia, sino un claro síntoma de que las cosas no funcionan.

Los bancos centrales vienen actuando de forma extraordinaria y coordinada desde 2007. Han inyectado cientos de miles de millones de euros para atajar las tensiones de liquidez, han intercambiado divisas e incluso han llegado a rebajar los tipos de interés al unísono. Tampoco han sido menores -ni exentos de polémica- los esfuerzos de los Gobiernos para sostener sus respectivos sistemas bancarios. Pero pasa el tiempo. Y poco, o nada, cambia. La caída de Lehman Brothers vino acompañada de buenas intenciones. De refundaciones del capitalismo. De un nuevo mundo en la banca. De una nueva forma de gestionar. Palabras y más palabras. Pero los hechos, tozudos, mandan. Y los problemas siguen ahí. Y muchos de ellos están donde estaban hace tres años: en los balances de los bancos, con el matiz de que, ahora, a los activos inmobiliarios se añaden unos bonos otrora seguros -deuda pública soberana de países de la eurozona-, pero ahora peligrosos. Ya se sabe: lo que no mejora empeora. Y así seguimos.

2012 sin horizonte

Carlos Ramírez

Agobiados por la inseguridad y la violencia, y distraídos con el juego sexenal de la designación de candidatos presidenciales, los mexicanos parecen ajenos a la dimensión de la crisis económica internacional. Y lo grave es que no se trata de una crisis cualquiera o de otra crisis, sino que se acumulan evidencias de que está reventando todo el sistema capitalista internacional.

La crisis es tan grave que en Estados Unidos y Europa son los ricos los que suplican que por favor les cobren menos impuestos, pero son los dueños de las empresas que no quieren disminuir los precios o cambiar la dinámica de la producción o reformar el sistema financiero o aceptar el cobro de la Tasa Tobin de impuesto a las especulaciones bursátiles.


Sacrifican parte de sus fortunas personales a cambio de mantener sin cambios el sistema financiero y bursátil.


La crisis ha tenido ya un factor inesperado: la sociedad sale a las calles a protestar contra recortes, contra el desempleo y, sobre todo, contra las malas gestiones de las políticas económicas. Y ahí se localiza uno de los principales problemas: los gobiernos socialdemócratas no quieren sacrificar programas asistenciales, pero tampoco reordenar sus finanzas por altos déficit presupuestales.


El problema no se localiza en el gasto social, sino en las parciales políticas fiscales.


En el fondo, la actual fase de la crisis económica está poniendo en el centro del debate al Estado, su papel, sus funciones y sus gestiones. Pero se trata de un Estado mal administrado.


Espejos


La crisis de 2007-2008 llevó a los gobiernos progresistas a aumentar el gasto público para estimular el crecimiento y proteger a empresas y consumidores, pero sin incrementar los ingresos. Inclusive, el Fondo Monetario Internacional aprobó la decisión inusual de déficit presupuestal como estímulo al crecimiento; sólo que el PIB no se recuperó, el desempleo aumentó y ahora hay que pagar la factura del gasto anterior.


En las economías desarrolladas hay un déficit presupuestal que oscila entre 7 y 15%, cuando lo deseable son cifras de 2 por ciento.


Cuando los países del Tercer Mundo en los ochenta y noventa superaban cifras de déficit de 10%, el FMI obligaba a programas de ajuste con altos costos sociales. Hoy que el Primer Mundo (EU y Europa) revelan desajustes presupuestales, no quieren el ajuste.


Barack Obama, por ejemplo, se peleó con su Congreso porque le pusieron un techo a su deuda y con ello los republicanos lo obligaron a bajar gasto; pero carecía de alternativa. Hoy EU enfrenta más desempleo y más recesión.


El desafío es de modelo económico. Aunque México tiene ciertos mecanismos de defensa, de todos modos le dañará el chicotazo recesivo. Por eso es que debe debatirse aquí el modelo económico neoliberal nacional e internacional en el contexto de las elecciones presidenciales de 2012, pero pasma ver que los principales partidos están optando por el neoliberalismo o el populismo o el liberalismo-populista que ha dejado de funcionar.


Para 2012, México encara señales terminales del sistema político, del problema de seguridad y de la crisis económica. Pero no se ven signos de que partidos y precandidatos presenten un debate sobre los grandes problemas nacionales.


Si no hay una oferta de reforma integral, no va a importar quién gane las elecciones, sino de qué tamaño será la protesta social por la marginación y el desempleo.


México debe verse en el espejo de la crisis de EU, España e Italia

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