Ayn Rand contra la soja
Adolfo D. Lozano
"Mi Filosofía es, en esencia, el concepto del hombre como un ser heroico, con su propia felicidad como propósito moral de su vida, con el logro productivo como su actividad más noble y con la razón como su único absoluto". Estas palabras pueden muy bien resumir el pensamiento de Ayn Rand, la novelista contemporánea más influyente en EEUU y una de las filósofas más originales de aquel país. Sin embargo, muchos de mis habituales lectores se preguntarán quién era. Ayn Rand nació en realidad en Rusia en 1905. Sufrió el comunismo en primera persona y, con poco más de veinte años, logró huir a EEUU para no volver jamás. Nacionalizada norteamericana, narró a través de personajes su supervivencia al comunismo en su primera novela larga, Los que vivimos. Su pasión desde niña por la historia y la filosofía y su experiencia bajo el colectivismo, la acabaron convenciendo de la necesidad imperiosa de un valor por encima de todos para dar sentido moral al hombre: la libertad individual.
A través de novelas y ensayos fue perfilando un completo orden filosófico caracterizado por la defensa de la realidad objetiva, la razón, el ateísmo, la autoestima y el capitalismo liberal. Había nacido el Objetivismo. Aunque su novela El Manantial se convirtió en un clásico nada más publicarse –es de mis novelas favoritas, y llevada al cine con Gary Cooper–, La Rebelión de Atlas suele considerarse su obra cumbre de ficción. Con más de 1.000 páginas, desde 1957 es una obra de culto y según todas las encuestas el libro de todos los tiempos y géneros más influyente para los norteamericanos tras la Biblia, y para algunos obra cumbre de la literatura norteamericana. Hoy, el centro Rockefeller de Nueva York con su Atlas y su declaración de principios típicamente randianos, son una homenaje a la autora. La Rebelión de Atlas inicialmente iba a ser titulado La Huelga, pues narra cómo el mundo perecería si todos los cerebros del mundo hicieran una huelga indefinida. Atlas, el titán de la mitología griega, es quien sostiene al mundo; tomando este paralelismo, para Rand son los empresarios, inventores, auténticos artistas, etc... el motor del mundo, los persistentes, los productores, genios y héroes de la sociedad. En una época en la que aún Occidente daba una oportunidad al comunismo, el mensaje de Rand era tan rompedor como revolucionario: el capitalismo liberal, basado en el respeto a la esfera personal (propiedad), la mente, la producción y los intercambios libres, no sólo era el sistema económico más eficiente, sino principalmente el único sistema social ético y moral.
¿Y qué tiene que ver Ayn Rand con la nutrición y la soja? Recordemos que ya he expuesto que son más que casualidad los estrechos vínculos entre el mundo de la nutrición tradicional, ancestral y/o paleolítica –que claramente postulo– y el mundo del liberalismo. Así como que, por otro lado, el vegetarianismo, al menos tras la II Guerra Mundial, ha mantenido claras alianzas ideológicas con el socialismo y el anticapitalismo en general. En esta ocasión, reforzaré aún más esta tesis.
Bien es cierto que Ayn Rand apenas habló de temas nutricionales, y La Rebelión de Atlas no es una excepción. Sin embargo, si leemos con atención la novela algunas líneas pueden sorprendernos. Antes de nada, tengamos en cuenta un alimento predilecto en toda dieta políticamente correcta alta en carbohidratos y baja en grasas, y sacrosanto para los vegetarianos: la soja. Sin embargo, con la soja se consigue aceite vegetal alto en Omega 6, que puede reducir al siempre villano del colesterol total, a la par que promueve la inflamación. La soja, además, es quizás el alimento más rico en antinutrientes si no se fermenta, reduce la testosterona en hombres, puede producir hipotiroidismo, y es altamente peligroso incluirlo en la dieta habitual de un bebé, entre otras cosas. La soja es un alimento favorito de los vegetarianos, todos los lipofóbicos que en el mundo han sido, y por supuesto de los gobiernos. Fue el político republicano Earl Butz quien, a través del Departamento de Agricultura en EEUU en los años 70 destruyó a su antojo la agricultura norteamericana para convertirla en un cuasimonopolio de tres productos: maíz, trigo y soja. El auténtico trío de la tragedia de obesidad y plaga de enfermedad crónica en EEUU y que tan ineptamente hemos, los demás, en gran parte adaptado. Hoy, la sobreproducción de soja es tal en EEUU que ya no saben dónde más meterla; quizás en un futuro inventen un coche motorizado con salsa de soja. Y es que plantar soja en EEUU sale muy rentable. El Gobierno te paga, aunque luego no sepa qué hacer con tanta.
Pues bien, si leemos con atención La Rebelión de Atlas, podemos observar que en la 3ª parte de la novela la soja representa los más bajos valores. Emma Chambers es nombrada la planificadora alimentaria del supuesto EEUU comunista, cuyas "progresistas" ideas nutricionales la llevan a crear el "Proyecto de la Soja", para convertirse en "sustituto del pan, la carne, los cereales y el café". En la página 943 de la edición norteamericana podemos leer:
Millones de dólares procedentes de los impuestos han sido transferidos al ‘Proyecto de la Soja’, un proyecto sociológico para cambiar el comportamiento de la gente, ‘con el propósito de reacondicionar los hábitos alimentarios de la nación’
Dagny Taggart, protagonista y agerrida empresaria que dirige una compañía de ferrocarriles, llega a ver cómo le nacionalizan su empresa para, entre otras cosas, emplear sus trenes para transportar soja.
"No hay peor inconformista que el inconformista a la moda", decía Rand. Durante los últimos 50 años los inconformistas nutricionales a la moda han sido los vegetarianos y grasofóbicos. Y finalmente, la moda parece haber terminado convirtiéndose en tener sobrepeso o diabetes.
Adolfo D. Lozano es consumer advocate en salud, nutrición clínica y dermatología cosmética y autor del blog Juventud y Belleza. Puede contactar con el autor en david_europa@hotmail.comHomenaje a la Unión Democrática
ARGENTINA
Por Eduardo Goligorsky
Unas apócrifas elecciones primarias y las encuestas presagian que Cristina Fernández de Kirchner será reelecta presidenta de Argentina el próximo 23 de octubre. El túnel peronista por el que transita dicho país no parece tener fin. La luz sólo se filtró en él durante las presidencias democráticas de Arturo Frondizi, Arturo Illia, Raúl Alfonsín y Fernando de la Rúa, pero el acoso peronista y las dictaduras militares siempre restauraron las tinieblas. |
Todo empezó el 4 de junio de 1943, cuando un golpe militar derrocó al presidente conservador Ramón S. Castillo. El golpe encaramó en el poder a una sucesión de generales que militaban, sin excepción, en la logia GOU (Grupo de Oficiales Unidos o Grupo por la Obra de Unificación), cuyo cerebro era el entonces coronel Juan Domingo Perón. Según el historiador Alain Rouquié (Pouvoir militaire et société politique en Argentine),
la influencia de ideólogos de ultraderecha antiliberales e integristas marca el tono doctrinario de este grupo.
La verdad es que el GOU había apostado todas sus cartas al triunfo de la Alemania nazi y temía que al presidente Castillo lo sucediera un conservador o un radical partidario de declarar la guerra al Eje, como lo había hecho Brasil. Perón y sus camaradas del GOU pensaban que una Alemania victoriosa convertiría a la Argentina en la potencia rectora de América Latina, en detrimento de Brasil.
Centro neurálgico del espionaje
Los sucesivos presidentes afiliados al GOU (el general Pedro P. Ramírez y Edelmiro J. Farrell) permitieron que Argentina fuera el centro neurálgico del espionaje y la propaganda nazi en el Cono Sur, como explica, con lujo de detalles, el estudioso Uki Goñi en Perón y los alemanes. La verdad sobre el espionaje nazi y los fugitivos del Reich, Editorial Sudamericana, 1998). Y el hombre clave de este operativo de penetración era Ludwig Freude, magnate alemán que, según Goñi, "[se] enriqueció con llamativa rapidez durante los años del Reich".
Era el máximo hombre de confianza de la embajada de Hitler, estaba definitivamente conectado al espionaje nazi y poseía una cualidad que lo distinguía del resto de los caciques de la comunidad alemana, su íntima amistad con un coronel cuyo nombre resonaría alrededor del planeta, Juan Perón.
Freude presidía cuatro sociedades anónimas constituidas durante la guerra para ocultar capitales nazis que, en 1946, contribuyeron generosamente a la campaña presidencial de Perón. Custodiaba, además, el fondo de reserva de la agregaduría militar nazi. Cuando, al terminar la guerra, Estados Unidos pidió su extradición para juzgarlo por su condición de agente del Informationstelle III de Von Ribbentrop, el gobierno peronista le concedió, de manera fraudulenta, la nacionalidad argentina para no entregarlo.
Rodolfo Freude, hijo del espía, tenía 23 años cuando Perón lo designó jefe de la recién creada y ultrasecreta División Informaciones, que debía decidir el destino de los acusados de haber sido espías nazis. Éstos se sintieron más protegidos que nunca. Entre ellos estaba Werner Koennecke, yerno de Ludwig Freude y responsable de finanzas de la Red Bolívar, "una de las más exitosas redes de espionaje nazi de la Segunda Guerra Mundial". Arrestado en el curso de una investigación, recuperó la libertad por orden de Perón.
Las potencias aliadas presionan
Los compromisos políticos, estratégicos y comerciales contraídos con el régimen nazi no impidieron que, sometida a la fuerte presión de las potencias aliadas, Argentina rompiera las relaciones diplomáticas con Alemania y Japón el 26 de enero de 1944 y les declarara la guerra el 27 de marzo de 1945, cuando Hitler ya estaba al borde del suicidio. Sin embargo, nada cambió en la atmósfera de entendimiento con los jerarcas y espías nazis, incluida la protección de sus cuantiosas inversiones, asociadas ahora a los capitales de la flamante oligarquía peronista. El único cambio consistió en la disolución del GOU, porque los oficiales más fanáticos se negaron a aceptar lo que interpretaban como una traición a los principios de la logia.
En una entrevista concedida en 1969, Perón confesó:
Indudablemente, a finales de febrero de 1945 la guerra ya estaba decidida. Nosotros habíamos mantenido la neutralidad pero ya no podíamos mantenerla más. Recuerdo que reuní a algunos amigos alemanes que tenía y les dije: "Vean, no tenemos más remedio que ir a la guerra...". Y, de acuerdo con el consenso y la aprobación de ellos, declaramos la guerra a Alemania; pero, ¡claro!, fue una cosa puramente formal.
El 23 de abril de 1945, el gobierno que un mes antes había declarado la guerra a Alemania prohibió que la inminente caída de Berlín se festejara con manifestaciones de júbilo popular. Los locutores de radio tenían prohibido pronunciar la frase "Berlín ha caído". Igualmente, recuerda Uki Goñi,
cuando el 2 de mayo de 1945 los ciudadanos de Buenos Aires intentaron a pesar de todo celebrar el fin del nazismo, fueron severamente reprimidos por los militares. El coronel Velazco, jefe de policía, amenazó con "dar confites" [acribillar] a los que osaran vivar la causa aliada. Grupos fascistas armados y conscriptos del Ejército protegidos por agentes policiales rondaban las calles apaleando a los estudiantes que espontáneamente se reunían con ánimo de festejo. "Hubo muertos y heridos", anotaba un cronista de la época.
Los pequeños tiranos
Todo esto no pasaba inadvertido al embajador de Estados Unidos, Spruille Braden, que no disimulaba sus esfuerzos por estimular una coalición de todas las fuerzas democráticas encaminada a terminar con "los pequeños tiranos que ahora asumen el disfraz de una falsa democracia". Esa coalición empezó a gestarse cuando, como recuerda Hugo Gambini en su magistral Historia del peronismo (Planeta, 1999), "los opositores convinieron en organizar una demostración de fuerza y prepararon una gigantesca marcha por el centro de Buenos Aires".
La fecha fijada fue el 19 de setiembre y se la llamó Marcha de la Constitución y la Libertad. Ese día los antiperonistas de todos los colores políticos (radicales, conservadores, socialistas, comunistas, demócratas progresistas y católicos democráticos) y de todas las clases sociales (alta, media y sectores sindicales izquierdistas) se volcaron en una compacta muchedumbre que desfiló por las avenidas céntricas.
Braden no pudo seguir trabajando en Buenos Aires como promotor de lo que pronto sería la Unión Democrática antiperonista. El nuevo secretario de Estado, James Byrnes, lo convocó a Washington para que se desempeñara como jefe de Asuntos Latinoamericanos. En su nuevo cargo, Braden encargó la redacción del Libro Azul, que contenía "archivos capturados en Alemania, interrogatorios de ex diplomáticos y espías nazis que habían actuado en Argentina y de sus jefes en el Reich, intercepción de los radio mensajes entre Buenos Aires y Berlín". Su subtítulo era demoledor: "¡Argentina desenmascarada, la sensacional historia del complot nazi-argentino en contra de la paz y la libertad en el mundo!".
Agrega Goñi:
La segunda parte –realmente la más dañina– enumera los excesos contra las libertades individuales cometidos por el régimen militar de 1943-46. Los ataques a la libertad de prensa, la represión y la tortura policial son denunciados en el mismo tono que emplearía luego el Departamento de Estado ante la aun más grave supresión de libertades por la dictadura de 1976-83.
Una reacción fulminante
La reacción de Perón fue fulminante. Hizo publicar un Libro Azul y Blanco –los colores de la bandera argentina– que en sus 127 páginas denunciaba nexos de Braden con el "contubernio oligárquico-comunista". Uno de los redactores de este libro fue el entonces teniente Jorge Manuel Osinde, que en 1973 tomaría el mando de las bandas peronistas de ultraderecha que masacraban a los peronistas de ultraizquierda. Todo quedaba en familia.
El eslogan del peronismo fue, a partir de aquel momento, "Braden o Perón", y en sus mítines los descamisados alternaban esta consigna con otras de parecido cariz: "Mate sí, whisky no", "Patria sí, colonia no". Al frente de esta ofensiva se colocó la Alianza Libertadora Nacionalista, fuerza de choque del peronismo que, a diferencia de los componentes políticos más presentables de dicho movimiento, no disimulaban su nazismo y su antisemitismo furibundos.
La primera vez en mi vida que oí disparos de armas de fuego fue en 1945, cuando tenía 14 años: los sicarios de la ALN tirotearon una concentración de la Unión Democrática a la que yo asistía y dejaron un saldo de cuatro muertos. Posteriormente, la ALN sufrió una serie de mutaciones, al finalizar las cuales sus asesinos nazis y peronistas terminaron convertidos, sin solución de continuidad, en los asesinos castristas y peronistas de la organización Montoneros.
La semilla que había plantado Spruille Braden antes de volver a Washington dio un fruto que no terminó de madurar: la Unión Democrática. Sus integrantes eran: la tradicional Unión Cívica Radical, donde convivían dirigentes con veleidades nacionalistas y populistas, los llamados yrigoyenistas o intransigentes, con otros francamente liberales, los llamados alvearistas o unionistas, designaciones que perpetuaban las diferencias entre los dos presidentes radicales, Yrigoyen y Alvear; los socialistas adscritos a la II Internacional; los demócratas progresistas, laicistas y hostiles a la corrupción rampante, y los comunistas, capitaneados por el ítalo-argentino Victorio Codovilla, de triste papel como comisario político durante la guerra civil española.
Pero si la Unión Democrática no terminó de madurar fue porque los radicales se opusieron tercamente al ingreso del Partido Conservador, cuya política golpista y fraudulenta les había arrebatado el poder. Paradójicamente, quienes defendieron con más énfasis la incorporación de los conservadores fueron Braden y Codovilla, que soñaban con repetir el pacto que había asegurado la victoria aliada en la guerra.
También fue contraproducente que los dos candidatos de la Unión Democrática, José P. Tamborín y Enrique Mosca, fueran unionistas, en tanto que la conducción radical estaba en manos de los intransigentes.
El apetito de poder
El peronismo también montó una coalición, integrada por el Partido Laborista, que reunía a los dirigentes sindicales abducidos por Perón desde la Secretaría de Trabajo y Previsión –que desempeñaba junto con la Vicepresidencia y el Ministerio de Guerra–, y por la Unión Cívica Radical-Junta Renovadora, un desprendimiento del partido tradicional, que situó como candidato a vicepresidente a Juan Hortensio Quijano, un anciano de pocas luces. Las elecciones se celebraron el 24 de febrero de 1946. La fórmula Perón-Quijano triunfó con 1.478.372 votos, contra 1.2ll.660 de Tamborini-Mosca.
Los peores vaticinios sobre el derrotero que seguiría el régimen peronista se cumplieron con creces: endiosamiento del Líder y su esposa, cárcel y exilio para los opositores, torturas en las dependencias policiales, desafuero de los legisladores insumisos, proliferación de extorsiones y malversaciones, clausura de la prensa crítica, clientelismo discriminatorio, modificación arbitraria de los distritos electorales y regimentación del Poder Judicial.
¿Significa todo esto que Perón era nazi? De ninguna manera. Perón era peronista, un megalómano inescrupuloso que sólo actuaba movido por el apetito de poder. Totalitario, sin duda, en la acepción más amplia del término. Confesaba su admiración por Hitler, por Mussolini, por Mao, por el Che Guevara. No se sentía atado por lazos de lealtad, amistad o gratitud. Al dirigente sindical Cipriano Reyes, que lo rescató el 17 de octubre de 1945 de las manos de un grupo de militares rebeldes y que montó el Partido Laborista, lo hizo torturar ferozmente y lo metió en la cárcel porque quiso conservar su autonomía. Otros militares rebeldes le devolvieron la libertad siete años más tarde, ya reducido a una piltrafa. Al coronel Domingo Mercante, su más fiel aliado desde los tiempos del GOU, lo condenó al ostracismo político en 1952, cuando vio en él a un posible competidor. A la Iglesia Católica, que apoyó su elección y su reelección, le devolvió el favor el 16 de junio de 1955 ordenando la quema de templos.
Hoy, cuando todo parece presagiar que Argentina seguirá transitando por las tinieblas del túnel peronista, jalonado por los mismos desplantes de intolerancia y autoritarismo que lo caracterizaron desde los tiempos del GOU, me parece justo rendir homenaje a la Unión Democrática, aquella frustrada tentativa de hacer abortar tan deleznable engendro. Y no estaría de más que la actual oposición al kirchnerismo no se avergonzase de ella y la tomase como modelo, corrigiendo los sectarismos y personalismos que la hicieron fracasar.
Salvador Allende se suicidó en La Moneda
MITOS DE LA IZQUIERDA REFUTADOS
Por Pedro Fernández Barbadillo
El 11 de septiembre de 1973 se produjo en Chile el golpe de estado contra el socialista Salvador Allende, que fue encontrado muerto por los militares en el palacio de La Moneda. Durante años hubo dudas sobre si se había suicidado (versión de la junta militar), si había muerto en el ataque o si había sido asesinado, por un agente castrista o por los propios golpistas. Una reciente autopsia confirmó el suicidio. |
La izquierda europea y americana nunca ha tenido buen gusto al escoger a sus líderes. Le encantan los vejetes, como Santiago Carrillo, Noam Chomsky y Stéphane Hessel, aunque se pongan corbata y chaqueta. En los años 70 los socialistas educados, es decir, los que ya tenían algo que perder con la revolución (piso en la playa, herencia familiar), se sintieron subyugados por el sexagenario Salvador Allende, un médico de buena familia que se había hecho rojo, que había desfilado con uniforme paramilitar y había promovido la eugenesia y diagnosticado la curación de los homosexuales.
En 1970, después de haber fracasado en tres elecciones desde 1952, Allende se presentó como cabeza de la Unidad Popular, que agrupaba a toda la izquierda. Junto a los socialistas y la izquierda cristiana estaban los comunistas y los miristas (Movimiento de Izquierda Revolucionaria); éstos, desde su fundación –en 1965–, habían optado por la vía violenta:
El MIR rechaza la teoría de la vía pacífica porque desarma políticamente al proletariado y por resultar inaplicable, ya que la propia burguesía es la que resistirá, incluso con la dictadura totalitaria y la guerra civil, antes de entregar pacíficamente el poder. Reafirmamos el principio marxista-leninista de que el único camino para derrocar al régimen capitalista es la insurrección armada.
Sólo un tercio de los votos
Las elecciones se celebraron en septiembre, en medio de una gran tensión. Allende obtuvo un 36,3% del voto; Jorge Alessandri, del Partido Nacional, un 34,9; y Rodomiro Tomic, de la Democracia Cristiana, un 27,8. Como ninguno superó la mitad de los votos válidos, de acuerdo con la Constitución el Parlamento escogió entre los dos primeros. Los democristianos apoyaron a Allende a cambio de la aprobación de un Estatuto de Garantías Constitucionales, que luego Allende incumplió.
Empezó así la vía chilena al socialismo, con olor a empanadas y vino tinto (sic). La meta era el socialismo (la propiedad colectiva, la socialización de los medios de producción, el control de la sociedad por el Estado y la vanguardia proletaria), pero alcanzado por medios pacíficos, es decir, electorales y parlamentarios. La vía revolucionaria, estilo castrista, quedaba aparcada. Personalidades del llamado socialismo democrático mostraron su admiración y su interés por esta vía, el único producto de exportación chileno –excepción hecha del cobre– a Europa.
El regalo de Fidel
En poco tiempo la Unidad Popular condujo a Chile al desastre económico y social: ocupaciones de tierras y fábricas, huelgas, hiperinflación, nacionalizaciones, milicias armadas, desabastecimiento... Como muestra de cuál era el destino chileno, en noviembre de 1971 llegó al país el dictador Fidel Castro, que se pasó casi un mes arengando a las masas trabajadoras en contra de la oligarquía, los golpistas y los reaccionarios. Al marcharse regaló a Allende un objeto muy práctico para asegurar la vía pacífica al socialismo: un AK-47, el arma preferida de nuestro enemigo, como lo definió Clint Eastwood.
En agosto de 1973 la Cámara de Diputados aprobó un acuerdo por el que declaraba:
(...) es un hecho que el actual Gobierno de la República, desde sus inicios, se ha ido empeñando en conquistar el poder total, con el evidente propósito de someter a todas las personas al más estricto control económico y político por parte del Estado y lograr de ese modo la instauración de un sistema totalitario absolutamente opuesto al sistema democrático representativo que la Constitución establece.
El golpe militar se produjo el 11 de septiembre de 1973. Las imágenes más espectaculares son las de unos aviones Hawker Hunter de la Fuerza Aérea Chilena bombardeando la sede la presidencia, el palacio de La Moneda. Allende se había refugiado en éste junto con su guardia pretoriana, el GAP (Grupo de Amigos Personales), que había sustituido a la escolta militar y estaba conformado por militantes de extrema izquierda nacionales y extranjeros.
El hallazgo del cadáver
Cuando los militares entraron en La Moneda, encontraron el cuerpo de Allende y afirmaron que se había suicidado de un disparo. El cadáver fue enterrado ese mismo día con nombre falso. Mitterrand, que le había visitado en Santiago, declaró que Allende le había mostrado el busto de un presidente chileno, José Ramón Balmaceda, que en 1891 se suicidó al ser derrocado; entonces le dijo:
Este hombre se dio muerte. Si un día yo soy derrocado, haré lo mismo.
La similitud entre ambos la llevó Allende al punto de inspirar su último mensaje en el testamento político de Balmaceda.
Para la izquierda, el desastre del modelo chileno fue un mazazo. El comunista Manuel Vázquez Montalbán aprovechó la ocasión para conducir el agua al molino de la revolución violenta. En cambio, mucha gente asistió al golpe con alivio; dentro de Chile, por ejemplo los democristianos que habían votado a Allende para presidente, y fuera de Chile, por ejemplo en España, Estados Unidos... y hasta en la China comunista. En el Centro Vasco de Santiago, controlado por nacionalistas, se bebió champán para celebrar el derrocamiento.
Premios Nobel para la propaganda
El poeta comunista Pablo Neruda, que sobrevivió unos días al golpe (murió el 23 de septiembre), fue uno de los primeros, si no el primero, en construir el mito de un Allende asesinado por los uniformados. Escribió un texto que alimentó el martirologio comunista y que concluía con estas palabras:
Había que ametrallarlo porque jamás renunciaría a su cargo. Aquel cuerpo fue enterrado secretamente en un sitio cualquiera. Aquel cadáver que marchó a la sepultura acompañado por una sola mujer que llevaba en sí misma todo el dolor del mundo, aquella gloriosa figura muerta iba acribillada y despedazada por las balas de las ametralladoras de los soldados de Chile, que otra vez habían traicionado a Chile.
El 28 de septiembre Fidel Castro añadió en un discurso nuevas pinceladas al retrato. Allende había luchado con un arma hasta caer herido.
Se produce entonces, en medio del combate, un gesto de insólita dignidad: tomando el cuerpo inerte del presidente, lo conducen hasta su gabinete, lo sientan en la silla presidencial, le colocan su banda de presidente y lo envuelven en una bandera chilena.
El novelista Gabriel García Márquez también participó en esa campaña de propaganda. Según él, después de morir en un tiroteo "todos los oficiales, en un rito de casta, dispararon sobre el cuerpo".
Por último un oficial le destrozó la cara con la culata del fusil.
Estos relatos han perdurado durante décadas, pese a los hechos. Hasta el periodista español Manuel Leguineche repitió en alguna columna la imagen de los oficiales disparando sus armas sobre cadáver de Allende.
Había motivos para creer a la dictadura de Pinochet capaz de infamias como ésa, ya que la Junta enviaba pistoleros a matar a los que consideraba sus enemigos no sólo a países vecinos, también a unas manzanas de la Casa Blanca.
Un testigo le vio matarse
El doctor Patricio Guijón era parte del equipo médico de Allende y estaba en La Moneda ese 11 de septiembre. Es el único testigo de su muerte, y confirma la versión del suicidio. En 1984 Guijón relató a una revista:
Iba saliendo y de pronto pensé que nunca había estado en una guerra y volví para ir a buscar una máscara y llevársela de recuerdo a mi hijo. De pronto, justo frente a la puerta, vi el momento en que Allende se pegó un tiro.
Cabe decir que la familia de Allende aceptó la tesis del suicidio, pero para la izquierda un Allende asesinado era tan atractivo como un póster del Che.
También circuló la versión de que Allende fue muerto por sus protectores para impedir que se rindiese. El periodista y escritor cubano Jacobo Machover relató las declaraciones de dos testigos que escucharon al entonces guardaespaldas Patricio La Guardia asegurar que él había acabado con la vida de Allende cuando pretendía rendirse.
Nueva autopsia
En mayo de este año, un juez especial chileno ordenó la exhumación del cadáver de Allende, que en 1990 había sido trasladado al panteón familiar, para hacerle un nuevo peritaje. A fin de despejar cualquier duda, hasta se hizo a los restos un análisis de ADN. En julio el juez recibió el informe, que afirma que la muerte se debió a una herida de proyectil cuyas características corresponden a un suicidio.
En la familia Allende los suicidios son sorprendentemente frecuentes. Aparte del expresidente, se han suicidado su hermana Laura; una de sus hijas, Beatriz, que se mató en 1977 en Cuba de un disparo; y, en diciembre de 2010, después de una larga depresión, su nieto mayor, Gonzalo Meza Allende, hijo de la senadora Isabel.
En este asunto, Pinochet decía la verdad, mientras que Fidel Castro y Gabriel García Márquez mintieron.
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